lunes, 10 de febrero de 2014

TRESPASS (1992)


Trás realizar una secuela con evidentes compromisos comerciales como era "48 horas más" (1990), el siguiente trabajo de Walter Hill fue un filme más fiel a su particular universo fílmico. En "Trespass" (1992) acomete una aventura moderna en un escenario desolado aunque reconocible donde desarrolla una situación límite con dos bandos bien diferenciados. Ambas facciones  luchan por sobrevivir después de un inesperado y casual encuentro. Indudablemente y trantándose de una obra de su autor nos encontramos con un neowestern envuelto en las formas del thriller de acción que aprovecha la tendencia de las coetáneas "Hood Movies". En realidad, su libreto escrito por David Giler y Robert Zemeckis unos cuantos años atrás intentaba reverenciar de manera muy libre a "El Tesoro de Sierra Madre". Nadie lo diría.


Dos bomberos blancos (Bill Paxton y William Sandler) de Arkansas recuperan un plano durante un incendio que se lo entrega un hombre que se suicida entre las llamas. En él se esconde la localización exacta de un material robado en 1940 de una iglesia y que está oculto en un edificio abandonado en East St. Louis (Illinois). Ambos deciden acudir un sabado en busca del tesoro. En el desolado lugar toparán con un cadaver ahorcado con los zapatos mal puestos, un vagabundo que se esconde en el edificio y un gang de traficantes negros que están en pleno ajuste de cuentas. Testigos de un asesinato, nuestros protagonistas hacen rehén a uno de los maleantes lo que les llevará a enfrentarse al resto de la banda que inicia un asedio para eliminarles.

 
Trespass (1992) como título indica una alegoría en sí mismo. Ese (no) traspasar supone ante todo un territorio nuevo para todos los implicados. La línea entre buenos y malos se difumina porque la violencia, la codicia y la traición se convierten en las auténticas motivaciones de ambas facciones. La situación límite explota y genera disensiones entre ambos bomberos así como en los hampones negros, superiores en número y liderados por King James (Ice T). Hill contrapone los diferentes carácteres de los dos protagonistas (ingenuo y pragmático uno de ellos, violento y amoral el otro) con la eficacia casi empresarial de los traficantes: portan teléfonos inalámbricos, armas autómaticas, coches caros, trajes lustrosos...Entre estos últimos, unos dan ordenes, otros las siguen, alguno se deja llevar por los instintos primarios (estupendo Ice Cube) y siempre hay sitio para el que intenta aprovechar la situación. La ley, la justicia, las fuerzas del orden no tienen sitio en este escenario propuesto.

La fisicidad de las escenas de acción son secundadas por un crescendo en la tensión generada bien llevada por la realización del cineasta. Lejos de dar rienda suelta a un ejercicio de poses pseudoduras y a estética vacua (la escenas rodadas con cámara de video no son nada gratuitas), el director opta por un relato sólido, efervenscente, directo, nítido y sintético. No hay indiscretas fugas formales, ni exceso de diálogo, ni ejercicios actorales que busquen la nominación. Solo un puñado de hombres enfrentados en una acción sin sentido y cuya motivación principal acaba llevando a la muerte a la mayoría de ellos. No hay mujeres, ni distracciones, ni momentos de descanso, ni sitios para buscar el descanso. Vive o muere, y si puedes te llevas el oro. La valoración del espacio fílmico cobra su propia entidad como en otras propuestas del realizador norteamericano.

 
Trespass (1992) recoge sin buscarlo el infierno vivido en Los Angeles unos meses antes de su aparición en salas y que llevaron a la muerte de más de medio centenar de personas amén de heridos, incendios y saqueos. Estos hechos llevaron a retrasar el estreno de la película y a cambiar el título previsto, originariamente "The Looters". En ese universo sordido y violento planteado, la lucha racial es un espita más para que todo se venga abajo. Sin embargo, no estamos ante una película discursiva o con mensaje. Solo un vigoroso relato de acción, poblado de buenos momentos y con un desenlace donde se aplica la auténtica justicia poética. La ley de la calle siempre se impone y el filme lo asume con convicción y sin fisuras. El resultado sin ser uno de los grandes títulos de su autor merece mayor respeto y atención del que mereció en su momento (lugar común en bastantes trabajos de Hill).



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